lunes, 13 de diciembre de 2010

Construyendo solidaridad


Era una mañana fresca de mayo en el barrio “La Ilusión” de Zarate. Todos los voluntarios de la ONG “Un techo para mi país” están listos para conocer a las familias a las cuales iban a ayudar a comenzar un futuro distinto en una casa propia.
Los jóvenes se separaron en grupos y comenzaron a caminar por el barro y la tierra buscando las casillas que en dos días serían casas con paredes y techos de madera. Casas de emergencia, pero casas al fin.
Martin era uno de los últimos en la cuadra, ahí vive con sus cinco hijos, su esposa y un hermano que duerme allí periódicamente. Cuando llegamos a la puerta nos recibió Claudio, uno de los menores de la familia. Nos miro de reojo y con vergüenza. Estaba a un costado de la casilla, con cara de dormido y lagaña en sus ojos. Lo saludamos de lejos y bajó la mirada. Por un momento pensé que no sabía que íbamos a construirle una nueva casa que su padre había solicitado para ofrecerles un hogar mejor.
A los pocos minutos salió Martín, el padre de la familia. Un hombre joven de aproximadamente treinta años pero que lucía mucho mayor. Él también recién se levantaba. Nos recibió y nos hizo pasar al terreno. Era igual de vergonzoso que su hijo. Hablaba bajo y cuando lo hacía miraba hacia el piso. Pese a esto, lo noté emocionado.
Nos hizo caminar hacia atrás de la casilla, donde todavía dormían su mujer y sus otros cuatro hijos. El terreno era pequeño pero la casa de emergencia que le íbamos a construir cabía perfectamente. La tierra estaba húmeda porque el día anterior había llovido demasiado, pero eso no impediría la construcción. Quizá ese era el motivo por el cual se sentía tanto olor a cloaca, además de la situación de higiene del lugar, ya que no tiene cañerías por donde corren los desechos del baño y considerando que la única canilla que tienen está afuera de la casa y no poseen pileta ni bacha.
“Mi idea es que esta nueva casa nos quede para dormir y la que tenemos ahora sea para el baño, la cocina y que ahí duerma mi hermano que a veces vive con nosotros”, nos contó Martín. Iba a continuar pero un llanto lo interrumpió, era su hija Yamila de un año y dos meses. Enseguida salió Andrea, su mujer, con la bebé en brazos. Sólo dijo “hola” de lejos, no se animó a acercarse, por ahora. Se dirigió a la soga donde estaba tendida la ropa y recogió una toalla desteñida. Ingresó otra vez a la casilla. “Seguro le fue a dar de comer a Yamila”, agregó Martín.
Luego de acomodar nuestros martillos, pinzas y demás herramientas de trabajo, sin olvidarnos del mate de José, el correntino del grupo, nos pusimos a trabajar.
Comenzamos poniendo los seis pilotes de madera que serían la base para apoyar el piso sobre el cual se levantaría la casa. Lo más difícil fue hacer los pozos y lograr que todos los palos queden a igual altura para que el piso no quede inclinado. Aunque el suelo estaba mojado, la tierra seguía muy dura y nos tuvo que ayudar un vecino, que es albañil, y tenía una pala especial para hacer pozos. Esto agilizó mucho el trabajo engorroso de poner los palotes y preparar la base.
Para ese entonces, ya estaba la familia integrada al grupo de voluntarios, Claudio nos charlaba mientras cavábamos, Martín preparó los palotes pintándolos con querosene quemado para protegerlos de la humedad, Yamila gateaba por la tierra, los hermanitos mayores se fueron a jugar con los vecinos y Andrea nos cebaba mates.
Para el momento de almorzar nos juntamos con los otros voluntarios del barrio y, brevemente, comimos los fideos con tuco más ricos de nuestras vidas. No sabíamos si eso se debía al hambre que teníamos o porque Rosa, la jefa de la sociedad de fomento, era una gran cocinera.
Retomamos las actividades a las tres de la tarde. El cuerpo ya sentía las horas de trabajo y los brazos estaban pesados de tanto sacar tierra con la pala. Ese cansancio se iba inmediatamente cuando veíamos el avance de la casa. A esta altura ya estaba puesto el piso sobre los pilotes. Nos faltaba clavarlo con cuidado y verificar que esté en perfectas condiciones para continuar ubicando los paneles que formarían las paredes.
Al finalizar el día, a la hora que se escondió el sol, ya habíamos puesto dos paneles, uno de ellos tenía el espacio para colocar la única ventana que tendrá esta casa. Pero eso lo terminaríamos al otro día ya estábamos demasiado agotados para seguir y la falta de luz eléctrica nos impedía continuar la construcción.
Esa noche dormimos “como angelitos”, como dice la frase popular, a pesar de las incómodas bolsas de dormir y los fríos salones de la escuela primaria Nº 2 que nos servían de habitación. Había un calefactor pero no pudimos encenderlo, por lo tanto, nos pusimos más ropa y así pasamos la noche. Noche que resultó muy corta ya que a las siete de la mañana nos despertaron los coordinadores del grupo con música a volumen muy alto. Uno de ellos, disfrazado de oso, se encargó de despertar a los remolones que no podían abrir sus ojos y salir de las bolsas de dormir.
Por suerte un rico desayuno con pan y manteca nos estaba esperando en el salón de actos de la escuela, ahora, nuestro comedor diario. El té con leche sirvió para calentar el cuerpo y así arrancar otro día agitado. Debíamos terminar las casas antes del anochecer.
Un colectivo escolar nos llevaría al barrio. En el viaje algunos aprovecharon para dormir, otros cantaban y alentaban a aquellos que aún tenían cara de cansados.
Llegamos a la casa de Martín, esta vez ya estaban todos despiertos esperándonos. Había olor a leche caliente y, al ver a Yamila tomando la mamadera, confirmé de donde procedía el aroma, el cual me hizo acordar a mi infancia y a mis días en el jardín de infantes donde nos servían una taza de chocolate caliente que yo tomaba con asco. Nunca me gustó.
Esa mañana nos costó mucho empezar, veníamos acumulando el cansancio del día anterior y, a eso, se le sumaron las contracturas provocadas por el hecho de dormir en el piso.
Al colocar los paneles de paredes restantes, nos encontramos con un problema, no teníamos las aberturas, faltaba la ventana y la puerta. Inmediatamente lo comunicamos a los coordinadores que se pusieron en contacto con el equipo de logística. Efectivamente, había entregado menos aberturas. A horas de la tarde nos llegarían los elementos faltantes. Por lo tanto, continuamos con el techo.
Pusimos las vigas de madera. Eran muy pesadas, por lo que los hombres del grupo fueron los encargados de subirlas. Luego colocamos una capa de membrana. Engrampamos y clavamos todo para que no se mueva ni se vuele los días de tormenta. Recién ahí, colocamos los dos paneles de madera que serían el techo. Lo pusimos de manera tal que quede a “dos aguas”, lo q evita que se moje el interior de la casa.
El sol estaba cayendo y empezamos a preocuparnos. La puerta y la ventana no habían llegado todavía. No podíamos irnos sin terminar la vivienda. Martín también estaba ansioso, pero lo disimulaba bastante bien, aunque se comía las uñas y caminaba de un lado al otro. La ansiedad lo invadió y dijo: “¿Si no llega la puerta que hacemos?, no tengo plata para comprar una nueva, andá a saber cuándo puedo juntar el dinero…”. Lo tranquilizamos diciéndole que no nos íbamos hasta que no lleguen las aberturas, que prepare el mate que ya íbamos a terminar la casa. A la media hora llegó el camión con las cosas, Martín y Andrea sonrieron como aliviándose.
Bajamos la puerta, la ventana y nos dispusimos a colocarlas en su lugar. La puerta nos dio más trabajo que la ventana, pero pudimos arreglarla. Al principio no cerraba bien, quedaba una hendija por debajo, pero Martín limó uno de los bordes y quedó en perfectas condiciones.
Ya era de noche, no teníamos otra luz que la de la calle. Sin embargo, la casa quedó terminada. Esas paredes que antes eran paneles de madera iban a cubrir las ilusiones de la familia. Ese piso que estaba sucio de barro, iba a ser el lugar donde Claudio y sus hermanos jueguen. El techo iba a ser el cielo que vieron por tanto tiempo por el agujero de la chapa de la antigua casilla. La puerta, que tanto se hizo esperar, ya formaba parte de la nueva vida de la familia de Martín. La venta se convirtió en el lugar por donde entrarán los rayos del sol cada mañana y no el espacio por donde entra lluvia o frío.
Ahora le toca a la familia pintarla, colocar sus cosas personales, los pocos artefactos que poseen y colgar los dibujos que hicieron los chicos esa tarde mientras nosotros construíamos. Dibujos que reflejaban cómo veían ellos su nueva casa y que se transformarían en los objetos de mayor valor de ese hogar.
La casa que construimos es algo más que unas paredes de madera, es el nuevo hogar de Martín. Es la demostración del esfuerzo de la familia que vino de Chaco buscando trabajo y mejores condiciones de vida. Es la materialización de la esperanza que tomó forma de vivienda, de habitación, de sala de juegos, de cama, de sueños. Sueños que no perdimos y que nos hizo seguir hasta el final, hasta ver que la casa tenía puertas y ventanas. Y quizá estos elementos sean una metáfora de cómo Martín y Andrea esperaron tanto para poder salir de la casilla y darle un lugar más salubre a sus hijos, esas aberturas consiguieron que, al verlas abrir y cerrar, nos diéramos cuenta que se puede. Podemos construir una mejor sociedad, achicando cada vez más la brecha entre pobres y ricos. Haciendo que los que más tiene hagan donaciones, y que aquellos que nada tienen, puedan ver sus sueños hechos realidad. Y en ese proceso estamos los voluntarios, dando forma a esos sueños.
Ese día volví a mi casa muy cansada y, a la vez, llena de sentimientos. Algunos me sacaban una sonrisa, otros, una lagrima. Pensaba en Claudio, que el primer día nos recibió con desconfianza, en su vida cotidiana, en su futuro, en lo que soñaría esa noche en su nueva casa. Eso me daba tristeza, porque la casa era un paso más para el progreso de la familia, pero no el único. Y, al mismo tiempo, me alegraba al pensar que ya no vivirá en un lugar húmedo, con piso de barro, que se le iría la bronquitis crónica producto de las malas condiciones de la casilla. Son muchas las emociones, pero hay una sola opción: hacer algo por los demás. Crear esperanzas construyendo casas.

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