viernes, 25 de junio de 2010

Familias que entregan su corazón a niños abandonados

Entre llantos y caprichos comenzó la charla. “Hoy no durmió la siesta, por eso llora Clara”, dice Lidia mientras hamacaba a la nena de un año y medio.
Ella no es su hija, pero la cuida como tal, igual que toda la familia. Se llaman “hogares de tránsito”. Dependen del juzgado de menores y su función es “cuidar a los chiquitos que están a cargo de un juez y evitan que sean institucionalizados criándolos en un ambiente familiar”. No hay un tiempo determinado para que estos menores se queden en las familias, sólo depende de cómo se resuelva la causa: regresan a su hogar biológico o son adoptados.

“Nosotros escuchamos un aviso en la parroquia que necesitaban familias para cuidar un bebé que fue abandonado y decidimos que esa sería nuestra obra”, cuenta Lidia. Hace diez años que la familia Sarria acobija niños en su hogar y los cría como un integrante más. Su tarea es similar a los hogares sustitutos pero la gran diferencia es que no reciben subvenciones a cambio. Es un servicio totalmente a ad-honorem.

No es fácil tomar una decisión así pero sólo se puede logar si toda la familia está de acuerdo. Es un acto de amor que, además de obtener dichas, hace que se sufran momentos de angustia. “La gran satisfacción es el deber cumplido, saber que uno puede hacer de papá o de mamá para esos chiquitos abandonados”. Pero hay un momento doloroso, el momento de la partida que se suple cuando reciben al próximo niño, aunque cada uno deja su huella, así como estos hogares de tránsito lo hacen en la vida de estos pequeños. “Uno sabe desde el primer momento que no puede pedir la adopción del niño. Somos tan solo un paso en la vida del nene”.

La familia de Lidia ha cuidado ocho niños a lo largo de este tiempo, uno de ellos estuvo dos años y medio en su hogar y cuenta que esa fue la vez que más sufrió: cuando el niño se fue con sus nuevos papás. Agrega también: “Por suerte, aún hoy, estamos en contacto y eso nos llena de felicidad”. La justicia es lenta, y el caso de este nene es un ejemplo más. Por suerte existen estos hogares sino el niño hubiese estado en un instituto sin recibir amor fraternal durante el período en que un legajo llegó a manos de un juez y su causa fue resuelta.

A estas familias se les suma un grupo de profesionales que les dan su apoyo por amor a estos niños. Está conformado por pediatras, fonoaudiólogos, psicólogos y diferentes personas dispuestas a asistirlos en el caso que sea necesario.

“Uno no piensa en las leyes, uno piensa en darle un espacio de amor a los nenes”, sostiene. En el momento que el juez designa a una familia adoptiva, los hogares actúan en conjunto con estos nuevos papás y realizan visitas para que los chicos conozcan a sus futuros padres, les entregan fotos, filmaciones y diferentes complementos para que el chiquito no sienta que hubo un hueco durante el tiempo que estuvo en tránsito. De esta manera la nueva familia puede formar la historia del niño desde su nacimiento.

Clara se durmió y Lidia la llevó a su cuna para poder seguir charlando entre juguetes y crayones tirados.


Es un acto de amor inmenso pero ellos, estando bajo la dirección de un juzgado, ven la otra cara de la realidad. Hay mucha crueldad en los abandonos y, en muchos casos, por parte de las familias que desean adoptar y está cuatro o cinco años esperando el gran momento. “No siempre las situaciones son óptimas luego de que el niño es adoptado, uno de los bebés que estuvo en casa fue visitado por tres familias diferentes y ninguno concretó la adopción por tener un retraso madurativo propio del abandono sufrido durantes los primeros 6 meses de su vida”.

Después de conocer tantas historias de abandonos, Lidia aprendió a comprender, no a justificar, como ella dice, las decisiones desacertadas de ciertas madres que han dejado a sus hijos en tapiales, en la puerta de una iglesia o en una bolsa de basura que encontró un vecino porque sus perros ladraban, tal como ocurrió con uno de los bebés en tránsito que les tocó cuidar hace cinco años.

Donación de amor, entrega desinteresada, familias de abrigo: muchas palabras podrían utilizarse para describir la tarea de estas familias que reciben niños en sus hogares diferentes niños y los cuidan como verdaderos hijos, sin pensar en el sabor amargo del adiós. Todavía no encontré el adjetivo apropiado, pero hoy el amor se llama Lidia.